Lo sucedido durante la copa de Navidad del pasado 23 de diciembre, organizada como cada año por la alcaldesa de Santander, no puede despacharse como una simple anécdota incómoda ni como una falta aislada de cortesía institucional. Lo ocurrido no habla de modales: habla de conflicto laboral.
El abandono
del acto durante el discurso de Gema Igual por parte de personal funcionario,
convocado por las organizaciones sindicales, fue ante todo un síntoma. Y los
síntomas no se corrigen con reproches sobre el momento o el lugar, sino
abordando la causa que los provoca.
El
incumplimiento reiterado de acuerdos firmados hace tiempo —especialmente los
que afectan a la Policía Local y a otros colectivos municipales— ha sido la
gota que ha colmado el vaso. No se trata de un desacuerdo puntual, sino de una
acumulación de compromisos incumplidos y de una paciencia agotada.
Los actos
navideños en la administración se presentan habitualmente como espacios de
reconocimiento, concordia y balance de fin de año. Pero cuando una parte
significativa de la plantilla decide levantarse y marcharse, el mensaje es
inequívoco: la brecha entre el discurso institucional y la realidad laboral
resulta ya insostenible. El silencio forzado ha dado paso a un gesto colectivo
y visible.
Resulta
cómodo calificar lo ocurrido como una protesta inapropiada o como una
instrumentalización de un acto institucional. Esa lectura, sin embargo, evita
deliberadamente el fondo del problema. Nadie boicotea un acto simbólico por
capricho. Antes se han recorrido —sin éxito— los cauces de negociación, o se
han encontrado cerrados de facto. El conflicto no nace en la copa de Navidad;
simplemente se hace evidente allí.
La autoridad
institucional no se impone reclamando respeto en abstracto, sino cumpliendo
acuerdos, negociando de buena fe y escuchando a quienes sostienen día a día los
servicios públicos. Cuando las decisiones se perciben como unilaterales, las
reivindicaciones se cronifican y el diálogo se reduce a un trámite, el
conflicto acaba encontrando su escenario, por incómodo que resulte.
El boicot
incomoda, sin duda. Pero debería incomodar más que se normalice una gestión
municipal alejada de su plantilla. Si la respuesta se limita a criticar las
formas sin revisar el fondo, los brindis seguirán siendo vacíos y el malestar,
permanente.
Quizá la
verdadera falta de espíritu navideño no fue levantarse durante un discurso,
sino permitir que se llegara a ese punto sin haber escuchado antes a quienes
llevan demasiado tiempo esperando respuestas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario