Hace
unos dias en mi Grupo de Tango me ha llegado este escrito de recuerdo a la
Calle Cuesta de Santander, y con respeto y autorización de su autor, que espero
me lo conceda, lo publico en mi Blog, confió que también a vosotros os guste.
Una
pequeña calle peatonal y al fondo de la calle la discoteca "La Belle
Epoque" años después "La Nuit", en la que había actuaciones de
vez en cuando, han dejado marcada su historia en la ciudad, era donde los
santanderinos pasaron muy buenos ratos en locales muy recordados
"Mesón de la Tortilla", "El Toboso" y, sobre todo, "La
Casona", en realidad, fue mucho más que un restaurante, un pequeño museo
por la cantidad de objetos de todo tipo que adornaban el local, incluidos
cuadros de Dalí, Miró y Fernando Calderón, fue un punto de encuentro de
pintores, artistas, escritores; un centro de ebullición cultural, el Sanjo
donde se servían unos deliciosos pinchos morunos y como no, sus salchichas especiales
"Sanjo", el bar restaurante Villa Rosa.
Al
igual que hoy en día, muchas zonas de la ciudad tienen su propio ambiente, la
calle Cuesta también tuvo el suyo en los años 70 y 80, fue durante décadas una
de las más vitales de la ciudad, un rincón de encuentro y paso obligado, de
vermús y tapas, de pinchos de champiñón y de vinos y rabas, muy animado tanto a
la hora del aperitivo como por la tarde y noche. Las féminas se acordarán de
los soldados del Regimiento Valencia, de la Remonta o de marineros, cada vez
que recalaba en el puerto navíos de la Armada tanto española como extranjeras,
que frecuentaban la zona cuando ellas moceaban.
Bajo
las escaleras que comunican la calle con la Cuesta del Hospital hubo durante
muchos años unas taquillas en las que se podían comprar entradas para los
partidos del Racing, los circos que venían a la ciudad y otros espectáculos.
«Que
tiempo tan feliz, que nunca olvidare». Como bien dice la canción…. En estos
días de primavera, especialmente los sábados y domingos, cuando las manecillas
del reloj marcan las seis de la tarde, se pasean por mi memoria aquellos
olores, sabores y sonidos de nuestras tardes de discoteca. ¿Quién de vosotros
al escuchar una melodía que nos acompañó en nuestra juventud, no recuerda la
discoteca "La Belle Epoque”, ¿y con ella el momento en el que tuvo su
primer beso, el primer flechazo, el primer baile y puede que hasta el primer
amor?
Fue
nuestro tiempo, un tiempo que empezó para muchos en los guateques (antes quizás
en las romerías) después en las discotecas, cuya música, emanaba sensualidad,
el tiempo en que para muchos de nosotros las palabras estaban de más porque las
miradas lo decían todo. Aquellas salas de fiestas en las que había que pasar
religiosamente por taquilla y si salías de la sala, para retornar te daban una
tarjeta (contraseña) de distinto color según fuera para caballeros o señoritas.
Se tomaban consumiciones tan deliciosas como Licor 43 con cola, batido de
chocolate con coñac, semáforos, San Franciscos.
Una
vez dentro, música ambiental más o menos tranquila con las luces casi apagadas,
hasta el estallido de luz y color de la gigantesca lámpara de cristal que
colgaba sobre la pista ovalada, a los acordes de la música disco, música que
formo parte de nuestra vida, como el fuerte olor a ambientador, mitigando la
mezcla de olores a tabacos, perfumes y sudores varios, después, dos
tandas de lentos en la penumbra con los hits de Abba, Barbara Streisand, Bonny Tyler,
Umberto Tozzi, Ricchi y Poveri, o Toto Cotugno, entre otros muchos y algo de
rock and roll. Tomando esas copas, mientras giran los vinilos, con los hits de
Alaska y Dinarama, Mecano, Loquillo, Nacha Pop, Radio Futura, Gabinete Caligari
o La Unión entre otros muchos, para decidirse a salir a quemar la pista de
baile. En este santuario reservado para el baile que causó furor. Los
domingos, a las diez cesaba la música se encendían luces y todo el mundo a su
casa, así eran aquellas discotecas de los ochenta. Esos tiempos de buena música,
donde podías hablar con amigos hasta tarde por las calles sin ningún miedo,
todo eran risas y alegría.
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