22 nov 2021

La poética del tango, Melodía de Arrabal

En Melodía de Arrabal, con versos de Alfredo Le Pera y Mario Battistella, el barrio aparece como un universo entero. No es un barrio preciso, sino ese barrio de todos, capaz de reunir en sus calles a los amigos de siempre, a los afectos más hondos, a las broncas de la vida cotidiana y a los amores que laten en cada esquina. Allí, entre las milongas y las fiestas improvisadas, se dibuja la vida casi en su totalidad, con su mezcla de ternura y aspereza.

Desde la primera estrofa, la imagen se enciende bajo la luna. Una cortada humilde se ilumina de plateado, mientras el bandoneón deja escapar su queja doliente. En esa atmósfera, una pebeta, fresca como una flor, aguarda coqueta bajo la quietud del farol. Es la postal primera del tango: un instante suspendido entre música y deseo, entre luz y penumbra.

Le Pera, con su pluma, abre el corazón del barrio. Lo pinta como un gorrión sentimental, siempre inquieto, siempre herido, donde se cruzan la dureza maleva y la nostalgia más pura. Al evocarlo, el cantor confiesa la lágrima que rueda sobre el empedrado, un “lagrimón” que no es tristeza seca, sino un beso prolongado que el alma ofrece a ese suelo querido.

Pero el arrabal no es solo refugio de recuerdos dulces. También es escenario de broncas y engaños, de pasiones contrariadas y amores que encienden la noche. Allí viven Rosa la milonguita y Rita la paica, arquetipos del tango arrabalero, figuras que encarnan el vértigo del amor furtivo, de las promesas ardientes y las despedidas sin consuelo.

Ese barrio es cuna de tauras y de cantores, de entreveros y pasiones que quedan grabadas en sus muros como cicatrices. Los nombres amados, trazados con acero, permanecen en la memoria de las piedras, eternizando lo que la vida se llevó.

El arrabal, siempre al margen y a la vez tan próximo a la ciudad, es antesala y raíz, lugar de partida y de regreso. Desde allí brota la melodía del tango: música que abraza la vida, que guarda las risas y las penas de su gente, y que se vuelve compañía para quienes, lejos del barrio, lo evocan con lágrimas que todavía saben a ternura.

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