En Melodía
de Arrabal, con versos de Alfredo Le Pera y Mario Battistella, el barrio
aparece como un universo entero. No es un barrio preciso, sino ese barrio de
todos, capaz de reunir en sus calles a los amigos de siempre, a los afectos más
hondos, a las broncas de la vida cotidiana y a los amores que laten en cada
esquina. Allí, entre las milongas y las fiestas improvisadas, se dibuja la vida
casi en su totalidad, con su mezcla de ternura y aspereza.
Desde la
primera estrofa, la imagen se enciende bajo la luna. Una cortada humilde se
ilumina de plateado, mientras el bandoneón deja escapar su queja doliente. En
esa atmósfera, una pebeta, fresca como una flor, aguarda coqueta bajo la
quietud del farol. Es la postal primera del tango: un instante suspendido entre
música y deseo, entre luz y penumbra.
Le Pera, con
su pluma, abre el corazón del barrio. Lo pinta como un gorrión sentimental,
siempre inquieto, siempre herido, donde se cruzan la dureza maleva y la
nostalgia más pura. Al evocarlo, el cantor confiesa la lágrima que rueda sobre
el empedrado, un “lagrimón” que no es tristeza seca, sino un beso prolongado
que el alma ofrece a ese suelo querido.
Pero el
arrabal no es solo refugio de recuerdos dulces. También es escenario de broncas
y engaños, de pasiones contrariadas y amores que encienden la noche. Allí viven
Rosa la milonguita y Rita la paica, arquetipos del tango arrabalero, figuras
que encarnan el vértigo del amor furtivo, de las promesas ardientes y las
despedidas sin consuelo.
Ese barrio
es cuna de tauras y de cantores, de entreveros y pasiones que quedan grabadas
en sus muros como cicatrices. Los nombres amados, trazados con acero,
permanecen en la memoria de las piedras, eternizando lo que la vida se llevó.
El arrabal,
siempre al margen y a la vez tan próximo a la ciudad, es antesala y raíz, lugar
de partida y de regreso. Desde allí brota la melodía del tango: música que
abraza la vida, que guarda las risas y las penas de su gente, y que se vuelve
compañía para quienes, lejos del barrio, lo evocan con lágrimas que todavía
saben a ternura.
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