Ese
era el tránsito de los jóvenes, que como yo, con catorce años, terminábamos los
estudios primarios, en los años sesenta, jóvenes, que alcanzaban la mayoría de
edad para el trabajo, pero que no dejaban de ser niños para muchas otras cosas,
jóvenes que aprendíamos en la calle, en los barrios, acompañados de otros
niños, sin apenas referentes sociales donde mirar, con una formación escasa y
sujeta a los avatares de un contexto socio económico de mucha necesidad y falto
de casi todo.
Esa
era la sociedad de aquel entonces, donde unos pocos lo tenían todo, donde la
universidad era una realidad totalmente ajena para los hijos de los
trabajadores, una sociedad que desde la misma escuela ya te educaba para que asumieras la diferencia
de clases como algo natural, donde unos pocos estaban tocados para la gloria y
otros muchos para la incertidumbre del futuro, donde planificar aunque fuera
mínimo ese futuro no dejaba de ser una utopía, en fin, una sociedad marcada por
el color gris.
Era
el final de un tiempo, donde la escuela te facilitaba a media mañana un vaso de
leche en polvo y por la tarde una trozo de queso para la merienda - me imagino
que con ello, la administración pensaría, que ayudaba a paliar en algo la mal
nutrición de los niños - un tiempo donde para ver la televisión tenias que ir a
la tasca del barrio, donde las madres hacían milagros para llenar el puchero,
un tiempo que no podía durar más, por mucho que se empeñaran los amigos de la
dictadura.
En
ese contexto recuerdo mi transito de la escuela al trabajo, un tránsito en
positivo, sin trauma alguno, había terminado los estudios primarios en
las “Escuelas Verdes” de José María Pereda, y tocaba firmar mi primer contrato
laboral. Fue en Metemosa, un pequeño taller de electricidad y radio en la calle
Martillo - donde ahora está la Sala de
Exposiciones de la Fundación Botín – donde me estrene como aprendiz de un
oficio que me ocupo unos quince años.
Este trabajo me lo facilito el sacerdote
Don Antonio Aldasoro, siempre dispuesto a echar una mano, el, mejor que nadie,
sabia de las muchas necesidades de las familias del barrio. Recuerdo que me dio una nota a modo de recomendación para
que me presentara ante el dueño de la empresa, sin duda, cuando me contrató ni
se imaginaba los quebraderos de cabeza
que le iba a dar por causas sindicales, al final acabo despidiéndome en el año
1976, para entonces yo ya estaba en la USO,
plenamente vinculado al movimiento obrero.
Recuerdo que cuando me despidieron del
trabajo la primera vez, el juez pregunto después de una larga intervención del
abogado de la empresa “lo que yo había hecho”, no entendía como me podían
despedir sin razones que lo justificaran, tampoco eran necesarias, como ahora,
bastaba poner un puñado de pesetas en la indemnización y a la calle. Al cabo de
algún tiempo me entere que me había seguido la policía, en un viaje sindical
a Asturias, y que dicho viaje, había
motivado el despido.
Eran tiempos donde la policía jugaba un
papel importante, llegando incluso a las empresas a preguntar a los compañeros
de trabajo, sobre los comportamientos sindicales “subversivos dirían ellos” con
el claro interés de imputarles delitos y así someterles a procesos judiciales varios.
Yo tampoco me libre de esas preguntas
como me dijo la madre de mi amigo y militante de USO durante muchos años Paco Aedo,
a ella, la pidieron una declaración expresa contra mi, declaración a la que se
negó de forma rotunda, afirmando que yo era un joven de muy buena conducta y
amigo de su hijo compañero de trabajo.
Daba igual los años que tuvieras, que tu
implicación en la política social estuviera empezando, como era mi caso, se
trataba de cortar de raíz cualquier movimiento que pudiera darse, aunque fuera
en un ámbito tan limitado como una empresa, y si para ello, se tenía que mandar
al paro algún trabajador, la propia empresa se ponía a la orden de la policía.
En el verano de 1975 me case con Merche,
a la que conocí en el Club Juvenil Dosa; muy pronto nacieron mis hijas Vanessa
y Marta de las que se ocupo principalmente ella, yo por aquel entonces no tenía
tiempo ni para las hijas y mucho menos para ayudar en casa, tiempo que hoy por
mucho que me empeñe no puedo recuperar, ni en cantidad ni en calidad, porque la
infancia y los momentos del colegio perdidos ya no se pueden a repetir, seguro
que ellas ya me lo han perdonado.
Merche siempre compartió conmigo mis
actividades sindicales, lo hizo con cierta distancia en el día a día, pero con preocupación y opinión sobre las
cosas que yo la contaba, opiniones que no siempre escuche con atención y que me
llevaron a bastantes sinsabores sobretodo en la relación con las personas, hoy
muchos años después todavía comentamos lo que pudo haber sido y no fue si la
hubiera escuchado un poco más. Esa distancia por la acción sindical directa, no
la impidió estar en el 1º Congreso Confederal de la USO en el año 1977.
Fueron unos años que recuerdo
con cariño, era mí puesta de largo como trabajador, al mismo tiempo que
libraba, mi particular pelea por la democracia y los derechos sociales.
En este camino me ayudo mucho
mi pertenecía al Movimiento Adsis, un movimiento cristiano de jóvenes trabajadores
y universitarios animados por el sacerdote salesiano José Luis Pérez Álvarez, donde
fui descubriendo la importancia de “estar presente” entre los jóvenes de aquel
entonces.
Adsis me proporcionó una
fuerte base de compromiso social, un buen bagaje ideológico para afrontar las
múltiples situaciones por las que he pasado en estos años de sindicalista, sin
estos valores, probablemente, no hubiera podido aguantar durante tanto tiempo.
Recuerdo muy bien cuáles eran las ideas fuerza que
motivaban nuestra actuación como cristianos ante el movimiento juvenil de aquel
entonces. El Credo de Adsis, fruto de una reflexión profunda de sus primeros
militantes en el año 1973, declaraba con firmeza que “ante la injusticia en que viven sumidos tantos
hombres, sobre todo jóvenes y pobres; ante el egoísmo de unos y la desesperanza
de otros; mientras haya opresores y oprimidos”…. “se exige un serio y profundo análisis de la
realidad e implica un compromiso radical cristiano de transformación de la
misma”…” hacia un mundo nuevo por construir y liberar”.
Estas ideas, que hoy puede sonar un poco
antiguas, eran motivadoras de la militancia cristiana, que en mi caso se
realizaba en el entorno de los jóvenes trabajadores que acudían habitualmente a
los clubes juveniles que proliferaban por las diversas parroquias de Cantabria,
o que potenciaban los curas obreros, que asumían desde el trabajo manual en las fabricas su apostolado cristiano.
Adsis fue un lugar de
aprendizaje y de encuentro militante, allí tuve la oportunidad de conocer
compañeros que luego ocuparían responsabilidades sindicales en Cantabria,
recuerdo a Félix Martínez, Ignacio Pérez, ellos entre otros, me ayudaron a
estudiar Graduado Social y canalizar así
mis esfuerzos y preocupaciones sociales en relación al mundo sindical. Realicé
la carrera, no sin grandes sacrificios, ya que cursé los estudios en el
nocturno mientras trabajaba; pero mereció la pena. Estudiar Graduado Social fue
una buena decisión, que se la debo a mi mujer y en buena medida a Florencio
Echezarreta, ellos siempre estuvieron cerca de mis estudios, empujando en los
momentos difíciles y de desanimo, estudios que sin duda me capacitaron
profesionalmente para desarrollar mi trabajo de permanente sindical en la USO
y, como Secretario General de la Organización durante algunos años.
Y así, poco a poco me fui acercando a
otros compañeros militantes de sindicatos, del movimiento vecinal, de partidos
políticos, participando en las manifestaciones sociales, asistiendo a múltiples
reuniones, descubriendo amigos como
Isidro Hoyos, Cesar Campa, López Coterillo, Antonio Hontañon, Saturnino
Barcena, Aniano Jiménez, Paco Torres, Daniel Gallejones, Mario García Oliva,
José Luis Cos, y tantos otros que fueron ejemplo por su compromiso en la lucha
por la libertad.
Buena parte de aquella militancia eran o
estaban muy cerca de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) o en la
Juventud Obrera Cristiana (JOC), organizaciones que vertebraban no solo las
acciones sindicales y en muchos casos políticas de la ciudadanía de Cantabria,
sino que nos daban cierta cobertura y estabilidad a la hora de poder celebrar
las reuniones.
Sus locales en la calle rualasal de
Santander, fueron testigos de muchas de estas reuniones, de muchas charlas y
debates políticos siempre abiertos a todos, su propia organización ayudo mucho
a los compañeros que eran represaliados por la dictadura, sus militantes ejemplo
y referentes sociales, en los que nos mirábamos los jóvenes de aquel entonces.
También la USO se nutrió de esa
militancia y utilizo sus medios para explicar nuestro proyecto sindical,
especialmente en Castro Urdiales, donde nuestra primera sede fue precisamente
la sede de la JOC, y muchos de sus militantes, sindicalistas de la USO.
Otra iniciativa de denuncia social y de
formación a la juventud en la que participe muy activamente, fue la Revista
hablada “La Rueda”, iniciativa que alcanzo un enorme prestigio en Santander y
que sirvió de referente para la exposición de las ideas en libertad.
La policía un sábado si y otro también,
acudía clandestinamente a nuestros actos para conocer lo que decíamos y quien
lo decía, cuando no para prohibir su celebración.
Desde La Rueda se hablaba de todo, tan
pronto eran los sindicalistas quienes se subían al escenario para exponer las
ideas y anunciar la movilización puntual, como era el teatro o los cantautores
que con sus canciones de denuncia nos ayudaban a sentirnos más cerca de la
libertad. Las conferencias siempre se acompañaban de un debate abierto a la participación
de todos, conferencias impartidas por prestigiosos profesores e intelectuales
de Cantabria, y de fuera de nuestra región que comprometidos con la libertad
acudían los sábados aun a riesgo de quedar marcados por la policía.
La Rueda ayudo mucho, sobremanera a los
jóvenes que empezábamos, se celebraba en el salón de actos de rualasal cinco,
era un salón amplio con un escenario por el que pasaron muchas personas, sin
censura previa alguna, solo bastaba tener algo que decir, para dirigirte a los
jóvenes allí presentes, pero claro cuando fue adquiriendo reconocimiento social y con
ello incidencia de masas, la autoridad competente se empezó a poner nerviosa, y
lo que antes era una visita clandestina, para conocer lo que allí hacíamos, se
convirtió en visitas fiscalizadoras de los textos y de las personas que allí
participaban e incluso en varias ocasiones a través del método de la patada en
la puerta prohibir su celebración y detener a los responsables y participantes
según el caso, en fin como en tantas otras ocasiones al final se prohibió la
revista, cerrando un espacio de libertad
que yo recuerdo con mucho cariño.
Y así poco a poco entre iniciativas como
las que acabo de narrar fui comprometiéndome con la militancia social, fui
asumiendo mayores niveles de responsabilidad conjuntamente con otros jóvenes
sindicalistas, con estudiantes universitarios, con militantes de la causa en
los barrios, en definitiva con otros jóvenes cargados de ilusión, a los que nos
unía el convencimiento de que se abría, definitivamente, un tiempo nuevo.
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