Marta Saiz Echezarreta y
David Ramos Saiz
Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.
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Las enfermedades cardiovasculares y los tratamientos, ingresos y
procesos quirúrgicos asociados a ellas son fuentes importantes de ansiedad y
miedo, no sólo porque todos aquellos procesos que afectan a la salud influyen
en las personas, sino porque en concreto, al corazón, se le otorga un valor
superior por ser el motor que hace funcionar nuestro cuerpo y nuestra mente.
Muchas personas carecen de las herramientas necesarias para poder
afrontar estos sentimientos, la mayor parte de las veces se les informa en qué
consiste el procedimiento, pero no sobre cómo se van a sentir y cómo eso va a
influir en su situación, no sólo desde un punto de vista físico sino también
emocional.
A lo largo de este artículo, se pretenden mostrar las experiencias
vividas por una persona que tuvo que afrontar un recambio valvular. Para ello,
se utilizará un estudio cualitativo descriptivo, concretamente, el relato
biográfico, con el fin de mostrar cómo las diferentes etapas del proceso
producen sentimientos tales como ansiedad, estrés y miedo, para así, empezar a
entender cómo podemos ayudar a nuestros pacientes a hacer frente a todas las
etapas que surgen desde el diagnostico hasta el alta desde una perspectiva
bio-psico-social.
DIAGNOSTICO. Con motivo de la
revisión para renovar el carnet de conducir el médico me informó de que tenía
un soplo en el corazón. Era la primera noticia de esa posible lesión coronaria
por lo que de inmediato lo puse en conocimiento de mi médico. En ese momento se
abrió todo un rosario de pruebas y controles que me llevó a conocer que mi
válvula aórtica se estaba cerrando. El
único síntoma que podría destacar era el exceso de sudor y fatiga ante la
actividad deportiva pero nunca tuve dolor cardiaco, ni en los momentos de
actividad alta notaba algo.
Mi primera cardióloga me trató
con pastillas y me vigilaba por si la lesión empeoraba. Nunca sentí limitada mi
vida diaria. Aunque el anuncio de que la intervención de recambio valvular era
irreversible empezó a generar cierta preocupación e incertidumbre en mi.
Cuando la doctora se jubiló. El
nuevo médico decidió que la operación era algo urgente y en unos pocos meses
estaba en el quirofano. Me habló de un cierre del 40%, eso ya tenía riesgos
serios, como me dijo “¿Usted ha oído hablar de los deportistas que caen
fulminados? Pues podría pasarle lo mismo”. Hasta este momento no tenía miedo, era
respeto, los daños en el corazón dan respeto. No tener el típico dolor en el
pecho ni episodios graves lo hacía más llevadero. Recuerdo que al anunciarme
definitivamente la operación me dijo mas o menos “te doy unos meses para que te
prepares, disfruta de las navidades con moderación, porque te meto en el
protocolo ya”. La información y ver la operación tan cerca cambió algo en mi
cabeza. Adelgacé y transformé mi rutina deportiva en una actividad de
mantenimiento para no forzar la máquin
La preocupación no sólo era mía
sino de la familia. No se hablaba mucho de ello porque estábamos en navidad y con
la familia al completo en casa. Empecé a notar cómo me alejaban las viandas de
picoteo de la mesa, el pan cada vez estaba más lejos de mi sitio, las pastillas
que venía tomando desde hacía tiempo ya formaban parte de la conversación “¿has
tomado la pastilla?”. A medida que se acercaba la fecha, aparecía cierto miedo
y agobio que intenté no transmitir aunque no siempre lo lograba.
Dada mi ignorancia yo pensaba que
el problema que tenía mi corazón se podía resolver sin cirugía mayor, que la
operación iba a ser algo facilito. Mi cardióloga me dijo que se tenía que abrir
mi pecho, parar mi corazón y cambiar la válvula. Eso me preocupó bastante. No
dormía igual y en un intento de disminuir ese agobio empecé a devorar
información a través de internet y a consultar a otras personas que habían
pasado por esta situación. Buscar información a veces te calma porque conoces
la teoría de lo que va a pasar pero otras veces te genera más inseguridad y
miedo porque la teoría en función del paciente se modifica. El miedo a lo
desconocido, el qué pasará y cómo será no se puede evitar por mucho que busques
o te cuenten historias.
INGRESO. En marzo de 2015 ingresé
en el hospital acompañado de mi mujer. Esa noche necesité pastilla para poder
dormir. En la sala previa al quirófano fui recibido por el anestesista que con un
saludo y poco más, me dejó dormido hasta la Unidad de Cuidados Intensivos. Al
despertar estaba cargado de elementos extraños. El personal de la unidad
empeñado en conocer cómo me encontraba. Yo incapaz de articular palabras
coherentes. Con un cansancio brutal, sin fuerzas para nada. Consciente de estar
muy bien atendido a jurar por la cantidad de personas que de forma permanente
pasaban por mi box para atender circunstancias diversas.
Mi despertar no fue tranquilo.
Dicen que vomité y me agité, los médicos tuvieron que actuar y mi familia
salirse del box. Todo un susto.
Fueron unos días de cierta monotonía. Siempre a la espera de las
visitas. Aunque como mi esposa trabaja en el hospital facilitaba el acceso
entre horas. La visita me daba la vida sino solo daba vueltas al futuro. Me
encontraba cansado muy cansado. Se te iba la vida a cualquier cosa que hacías.
No te imaginas lo duro que es sentir mirarte un dedo y no ser capaz de moverlo.
Nadie te explica eso. Me mandaban soplar por un artilugio con tres bolas que me
acompaño durante mucho tiempo, soplar y más soplar algo tan fácil y tan difícil
a la vez.
En la planta estuve cinco días. Empecé
asumir la realidad de lo que había pasado. El relato de la operación y el
futuro con el Sintrom, fueron suficientes para asumir que algo había cambiado
en mi vida. Como serian las cosas cuando saliera del hospital estaba por ver. En
ese momento lo veía bastante negro. La falta de fuerzas y el golpeo de la válvula
a nada que pusiera el oído en la almohada, me recordaba que algo nuevo estaba
pasando en el corazón. Golpeo que por cierto todavía hoy oigo y del que no me
acabó de acostumbrar. Si te soy sincero, no podía evitar sentir miedo y quizás
angustia por la marcha a casa.
YA EN CASA. Cinco días de
hospitalización y una eternidad en mi casa. Acostumbrarme a moverme por la
cama, a levantarme y principalmente a toser agarrándome el pecho para evitar
dolores bastantes fuertes no fue fácil. Dormir se hizo cada vez más difícil, el
dolor y la cabeza lo dificultaban.
El primer paseo fui incapaz de avanzar
más de un kilómetro siendo generoso. Sostener el peso del abrigo sobre mis
hombros, una experiencia difícil de normalizar. Todo se pone cuesta arriba. La
ayuda de la familia es esencial. Les necesitas para las cosas más básicas,
levantarte, vestirte….Te sientes dolorido, cansado e inútil. Te cambia el
carácter. Pierdes la paciencia y esos que te ayudan pagan el pato. Los días se
hacen largos y a veces difíciles. A ratos lo vi muy negro, parecía que no fuese
a acabar.
TIEMPO DESPUÉS. Han transcurrido
más de dos años. Sigo en controles rutinarios. He vuelto hacer vida normal, sin
limitaciones especiales más allá de la prudencia ante los
esfuerzos y la toma de medicación. Tengo
cuidado relativo con la dieta aunque he recuperado peso. Duermo mejor aunque
sigo oyendo el golpeo de la valvula, sobretodo cuando estoy nervioso. He perdido
la ansiedad que me producía acordarme de la operación pero no el miedo a volver
a pasar por algo así. Tengo la tensión arterial mal controlada. Apenas lo
vigilo, hago como que no ocurre porque me da miedo. Mi familia me riñe porque
se preocupa y yo aunque sin querer y poder evitarlo me enfado. Ya te digo que
estas experiencias no solo te cambian la vida sino el carácter.
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