Lo que
podría parecer una distracción más se convierte en un punto de inflexión. Allí
conoce a Françoise, veinte años menor que él y a las puertas de una boda que su
alma marchita no consigue celebrar. Ambos, heridos a su manera, descubren en el
abrazo del tango un respiro que no sabían que necesitaban.
Brizé
explica que la película nació del deseo de observar a un hombre incapaz de
expresar o recibir emociones en un momento de profunda fragilidad. A sus
cincuenta años, Jean-Claude intuye que tal vez esté ante su última oportunidad
de construir algo afectivo, aunque no tenga idea de cómo abrir su corazón. Esa
vulnerabilidad, donde todo parece posible, lo deja expuesto a sensaciones que
nunca aprendió a manejar.
El director
eligió el tango como eje porque, según afirma, quería que su protagonista se
enfrentara a algo que lo desestabilizara y emocionara sin comprender del todo
por qué. Para él, el tango es sensual sin resultar amenazante para alguien que
no se siente cómodo ni con su cuerpo ni con sus emociones. Además, su
melancolía encaja de forma natural con la personalidad de Jean-Claude y con el
universo creativo de Brizé.
Los tangos
de Carlos Di Sarli y Horacio Salgán envuelven esta magnífica película, que
vuelve a demostrar que el baile, y en especial el tango, puede ser una
auténtica terapia contra la soledad. Compartir la danza y los instantes
luminosos que ofrece vale infinitamente más que resignarse a la supuesta
“pérdida de tiempo”.

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