Agradezco a Francisco Javier Fernández estas reflexiones sobre el Movimiento 15M, que me parecen muy oportunas, en este momento donde todo parece estar en “cuarentena” incluso la actividad reivindicativa de los sindicalistas.
Yo también estoy indignado, como muchas personas que conozco. Estoy indignado contra el capitalismo y contra la banca, contra la avaricia y la injusticia social, por la corrupción de algunos políticos, por el menosprecio por parte de las políticas económicas y los comportamientos empresariales que nos han conducido a 5 millones de parados y que mucha gente esté perdiendo su casa.
Pero también estoy indignado con los indignados que, desde el mes de mayo, me etiquetan, condenan, apartan, y tratan de equipararme al mismo nivel que un Maddoff, un Botín o el presidente del Fondo Monetario Internacional.
Soy sindicalista, y como yo, más de dos millones de personas. Llevo toda la vida en la indignación, movilizándome y luchando por un mundo más justo, conociendo húmedos calabozos y fría cárcel. No he pasado de nada y nada me ha dado igual.
Ahora se ha evidenciado un síntoma de descontento social, con un considerable apoyo mediático. Pero somos muchos los que, día a día, arrimamos el hombro para cambiar las cosas, tratando de mejorar la situación de los trabajadores en las empresas, exigiendo protección social para las personas que han perdido su puesto de trabajo, combatiendo y denunciando los abusos empresariales, las políticas económicas neoliberales que tratan de acabar con las conquistas sociales. Somos muchos los que trabajamos por la igualdad en todos sus ámbitos. Pero no es fácil, ni el resultado es inmediato.
El sindicalismo ha convocado huelgas generales, haciendo frente a todo tipo de críticas, cuyo altavoz mediático ha buscado el desprestigio, el debilitamiento del movimiento sindical. Me he movilizado contra el decretazo de Aznar, contra la reforma laboral impuesta por este Gobierno y soy uno de los que ha firmado la Iniciativa Legislativa Popular contra una norma que supone un abaratamiento del despido y una pérdida de derechos.
Por eso, me indigno cuando alguien cuestiona e intenta descalificar mi labor y la de mis compañeros; por eso me duele que algunos portavoces del 15 M capitalicen “la verdad absoluta” y pretendan convocar una huelga general dentro de las empresas desde fuera de las empresas, al margen de los representantes, elegidos democráticamente, de los trabajadores. Me molesta que descalifiquen, de manera global, a todo el mundo, a políticos que desde hace tiempo vienen defendiendo lo mismo que ellos, a sindicatos que muchas veces han sido la única oposición a la apisonadora de los poderes económicos y financieros. Nuestro objetivo es defender los intereses de los trabajadores, pero no está en nuestra mano legislar y gobernar.
Estoy indignado porque ahora, según ellos, mi delito y el de tantos otros y otras, es que con esa lucha pequeña, al parecer estoy legitimando “el Sistema”. Parece ser que yo, y tantos otros como yo, legitimamos a los poderosos con nuestros actos, con nuestra participación ciudadana e, incluso, con nuestra ideología. Y sólo porque esta participación se apoya en lo colectivo y en la fuerza de la unión. Estoy indignado porque algunos han olvidado, que en esta lucha, no sobra nadie.
Muchas propuestas del 15 M confluyen con las nuestras, otras, probablemente, no. Pero donde no coincidimos es en la percepción principal: sólo sumando es posible garantizar una democracia real.
Por todo esto, reivindico el orgullo de pertenecer a un sindicato que lucha por una sociedad más justa. Reivindico el orgullo de trabajar, día a día, a veces por causas denostadas, perdidas y silenciadas. El orgullo de defender lo cotidiano, lo que parece tan seguro y que, poco a poco, nos quieren quitar. El orgullo de hacerlo de manera gris, anónima, pero colectiva.
Reivindico orgullo y dignidad, para todos aquellos hombres y mujeres luchadores, cuyo nombre nunca entrará en la historia, pero sin los cuales nuestro mundo cotidiano sería mucho peor. Porque las conquistas sociales no nos las han regalado, las hemos arrancado con lucha y, en no pocas ocasiones, con sangre. Siento una profunda tristeza y un tremendo cabreo por tener que defenderme y justificar lo que hago, ante un movimiento que coincide con muchas de las cosas que defiendo.
Por eso, reivindico el ORGULLO y la DIGNIDAD de ser sindicalista.
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