La poética de los tangos y sus personajes 1
El tango,
con su lengua áspera y sentimental, nos ha legado un repertorio de personajes
que parecen surgir de las sombras mismas del arrabal. Figuras “célebres” en su
marginalidad, protagonistas de pequeñas y grandes historias donde se
entrecruzan valentía, desamor, engaño y nostalgia. Entre ellos, el Taita, el
Ciruja, el Cuarteador de Barracas, Langosta o el Carrerito: arquetipos que
habitan la memoria del pueblo y que, al sonar en las milongas, vuelven a cobrar
vida.
En El
Cuarteador de Barracas de Aníbal Troilo, aparece Prudencio Navarro,
hombre rudo y necesario, capaz de liberar con su percherón cualquier carro
encajado en el barro. Figura de fuerza y servicio, el cuarteador encuentra en
el amor su zanja más honda, aquella de la que ni siquiera su caballo ejemplar
puede sacarlo. Así, el hombre que tiraba de la carga ajena queda atrapado en el
propio lodazal de su corazón.
Muy distinto
es el Taita del Arrabal, creación de Manuel Romero y Luis Bayón.
Malevo provocador, pendenciero de la noche, atractivo para las mujeres y temido
por los hombres. Bien vestido, de melena recortada y maneras altivas, parecía
intocable. Pero el tango lo sorprende con su justicia social: el bravucón,
perdido en la morfina, tropieza con otro taura que lo enfrenta a balazos. El
destino lo alcanza en plena milonga, dejando trunco su efímero deseo de
redención.
El Ciruja,
de Francisco Alfredo Marino, encarna al guapo arrabalero siempre alerta,
caminando entre broncas y jaranas, con la mirada sesgada hacia las trampas de
la vida. Enamorado de una mujer engañosa, descubre el engaño con un músico
rival. El duelo inevitable lo encuentra ágil para el tajo, haciendo pagar con
sangre el precio del amor traicionado. Sin embargo, al volver de la prisión, la
poética del tango lo abate con la ironía del destino: la mujer que lo perdió
está ahora recogiendo basura, convertida en despojo de aquello que un día lo
embrujó.
Langosta,
“el Cebollero”, es otro rostro del arrabal.
Malevo de cuchillo rápido y sonrisa feroz, una noche de invierno se lo vio
caminar con un pucho apagado en la boca y lágrimas en los ojos. En sus manos,
el retrato de Carmen, la hija de Giacumin, aquella que le negó su amor. El
compadrito temido se derrumba en soledad, mientras viejas y niños murmuran que
esas penas de amor, tarde o temprano, salen a la luz. El tango lo transforma en
símbolo del contraste entre la ferocidad pública y la fragilidad íntima.
Así, entre luces y sombras, valentías y derrotas, los personajes del arrabal siguen vivos en las letras. El tango los rescata de la penumbra y los convierte en emblemas de una época, donde cada historia es al mismo tiempo tragedia y celebración, lágrima y abrazo.
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