Entre los
muchos tangos que nos “Seguí mi consejo: la vida al compás del desparpajo ”hablan
de amor, de traiciones o nostalgias, también hay algunos que, con picardía, se
animan a dar consejos. Consejos de vida que, aunque vengan de un personaje
ficticio, parecen dichos al oído en una mesa de café. Tal es el caso del tango
“Seguí mi consejo” (1929), con letra de Eduardo Tronge y música de Salvador
Merico, que Carlos Gardel interpretó con su voz inconfundible.
En esta
pieza, es un jubilado quien toma la palabra: un viejo milonguero que, lejos de
resignarse a la calma de su edad, se empeña en presumir de lo imposible. Su voz
no aconseja prudencia ni reposo, sino todo lo contrario: invita a reírse del
trabajo, a despreocuparse de las responsabilidades y a vivir como un bacán,
rodeado de placeres, comidas sabrosas y buenos tragos.
“Rechiflarse
del laburo” y no trabajar “para los ranas” —esos vivos y tramposos— es el
primer mandamiento de este jubilado. Lo demás, puro goce: un colchón de plumas,
champán en la mesa, doce horas de sueño cuando el sol asome, y las noches
encendidas de milonga, donde mirar con detalle a las minas se vuelve casi un
deporte. Claro, siempre y cuando sepan bailar, porque hay que esquivar a “los
paquetes que dan pisotones”, esos aprendices que todavía no dominan la pista.
No falta
tampoco la advertencia médica al revés: nada de “lecherías” ni café con leche,
que arruinan el corazón. El remedio, según este consejero pintoresco, es
entregarse a los tragos fuertes, whisky y pernod incluidos.
En
definitiva, “Seguí mi consejo” es un tango desbordado de lunfardismos y de
humor, que retrata la voz de un jubilado imaginario que se rehúsa a aceptar la
vida metódica y ordenada del trabajo cotidiano. Sus recomendaciones, tan
exageradas como entrañables, nos recuerdan que en el tango todo cabe: la
nostalgia y la burla, el amor y el desparpajo, lo imposible y lo real.
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