8 ene 2024

Relato Gotico "La maldicion de Lina" por Lucas Mazon

 

Era invierno, el señor feudal de la aldea de Pasofrio, Rudolf, cobraba sus deudas con normalidad y cuando le llegó el turno a Edgar, este le pidió a su superior que le perdonase su tributo a lo que el soberano respondió que por semejante insolencia debería pagar el doble de lo habitual,

Edgar en un ataque de rabia se abalanzo en un intento de agredir al conde, pero Rudolf fue rápido y con dos estocadas de su espada mato a Edgar y sin inmutarse declaró:

Que esto sirva de ejemplo para el resto.

Yo te maldigo Rudolf de Pasofrio, pasaras las peores atrocidades y ni aun así serás perdonado. Dijo una voz de entre el público.

Y quién eres tú, qué quieres seguir la suerte de este campesino.

Soy la mujer de Edgar, Linda.

Entonces Rudolf se asustó de verdad porque todo el mundo sabía que la maldición de una viuda con el corazón roto era la más eficaz. Sin atreverse a responder espoleo a su caballo y se marchó de la aldea sin cobrar las rentas restantes.

Paso una semana sin salir de su alcoba salvo para comer y se cuidaba de que todo lo que ingería era probado antes por algún siervo, una semana después se repuso y decidió a salir de su cuarto e ir a cobrar sus cuentas atrasadas, mientras galopaba hacia la aldea de Ramalta uno de sus acompañantes hizo el amago de ir a tomar otro camino lleno de ramas y. Detente, no iremos por ese camino, podría caerme una rama en la cabeza y dejarme paralítico o a lo mejor me ataca un proscrito.

Pero vamos armados y nos ahorraremos un par de horas.

¡No cuestiones la palabra de tu señor!

Rudolf y su sequito continuaron por el camino más largo y un comerciante que los vio tomó el atajo avisó a la aldea, haciendo que el viaje del conde fuera en vano.

A lo largo de los tres años siguientes, a Rudolf se le fue olvidando la maldición, cayendo cada vez en un rincón más aislado de su memoria.

Un día le llamaron para la guerra en Francia, Rudolf recordó la promesa de esa mujer y se preguntó si moriría en la guerra como castigo.

De camino a reunirse con el ejército, su barcaza estuvo cerca de hundirse y aunque la embarcación no fue destruida, perdieron una de las dos velas y murió la mitad de la tripulación dejando a los supervivientes a la deriva.

Nos ha atacado un monstruo marino. – Dijo Rudolf. Ha sido una fuerte tempestad, nada más. – Respondió uno de sus acompañantes. ¡Incrédulo! Os he condenado con mi maldición – Le rebatió.

Llegaron a Francia con una semana de retraso para encontrarse con campos arrasados, poblaciones exterminadas y ciudades saqueadas y destrozadas hasta los cimientos. La legión de caballeros y su señor avanzaron rápidamente tratando de alcanzar al grueso del ejército.

Cuando estaban a una jornada de su objetivo tuvieron que cruzar un vado de medio kilómetro, esto no le hizo mucha gracia a Rudolf que se tuvo que quitar la armadura al igual que sus compañeros dejando a todo su ejército indefenso. Antes de que alcanzaran tierra seca, les atacó una jauría de sabuesos gigantes acompañados de flechas emponzoñadas que salían de todas partes.

Los que estaban adelante eran víctima de los sabuesos demoniacos y sus compañeros les empujaban intentando salir del vado para buscar refugio de las flechas. A Rudolf le impactó una flecha en el hombro dejándole con un brazo inservible, con solo un brazo se agarró a un caballo muerto y rezo a dios por piedad.

Más tarde se despertó y por lo que vio a su alrededor se dio cuenta de que estaba en un monasterio.

Bien veo que ya te has despertado, te encontramos en el rio y decidimos curarte, pero por desgracia no pudimos salvar tu brazo.

Le dijo un monje que hablaba un inglés muy rudimentario.

Acto seguido Rudolf se palpo el costado y vio que no tenía brazo, pero no gritó simplemente se sintió triste.

¿Qué les ha pasado a mis caballeros? – Preguntó.

Eres el único superviviente, aquello fue una carnicería. – Le contestó el monje.

¿Y qué vais a hacer conmigo?

Dios nos enseña a ser piadosos, pero lo que habéis hecho los ingleses no se puede pasar por alto, así que te entregaremos a la justicia.

Rudolf estaba seguro de que acabaría colgando de la horca, aceptó su destino y se hecho a dormir. De los siguientes días Rudolf solo pude recordar pequeños fragmentos, como que le metieron en un carro y le llevaron ante el rey. Días más tarde se recuperó por completo y se encontró a sí mismo en una pequeña sala de piedra con un portón de madera, unas horas después un monje joven abrió una ranura y le paso un cuenco con potaje.

¿Qué ha pasado en los últimos días?  – Preguntó Rudolf.

No había nadie para atender tu casó así que nos dieron tu custodia.

¿Y el ejercito Ingles?

Ha sido rechazado.

Una cosa más, ¿Cuándo saldré de aquí?

El monje se fue sin responder y Rudolf comprendió que no iba a salir de allí. Encerrado en completa oscuridad, rodeado de sombras que se reían de él y sin contacto humano salvo para recibir la comida perdió la noción del tiempo y rara vez los monjes respondían a sus preguntas. Dos años después, que a Rudolf le parecieron siglos, la peste asoló al monasterio matando a todos los monjes y dejo a el prisionero sin fuente de alimento, Rudolf pensó que ya le había llegado la hora, pero la rendija se abrió y la voz que sonó le helo la sangre.

No sé si me recordaras Rudolf.

Claro que sí, tú eres la culpable de toda mi desgracia, Linda.

Aquí el único culpable eres tú, por tu culpa murieron mis tres hijos y casi muero yo, pero al contrario que contigo, dios fue compasivo y me ayudo a salir adelante.

Que haces aquí...

Cuando me enteré de que mi señor había sobrevivido me pareció adecuado ver cuan bajo había caído.

Ya me has visto, ahora déjame morir en paz.

Te voy a hacer un favor.

Le dio un cuenco de potaje a través de la ranura.

¿Porque me ayudas?

Porque quiero saber que pagaras por tus pecados, y quiero que tengas algo de tiempo para reflexionar sobre tu vida antes de encontrar a dios.

Gracias, pero tu maldición me a torturado durante diez largos años de desgracia.

Mi maldición no te hizo nada.

Pero el mar y los perros.

Una tempestad y una milicia francesa, tu causaste mi desgracia y yo la tuya, y para qué.

Linda abandonó el santuario y tres días después Rudolf se dio cuenta de que la puerta de la prisión estaba abierta, le pidió a dios que cuidase del alma piadosa de Linda.

De poco sirvió porque Rudolf contrajo la peste por la comida que habían manipulado los monjes infectados y finalmente murió en el camino a una hora del hospital más cercano.

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