Era invierno, el señor feudal de la aldea de Pasofrio, Rudolf, cobraba sus deudas con normalidad y cuando le llegó el turno a Edgar, este le pidió a su superior que le perdonase su tributo a lo que el soberano respondió que por semejante insolencia debería pagar el doble de lo habitual,
Edgar en un
ataque de rabia se abalanzo en un intento de agredir al conde, pero Rudolf fue
rápido y con dos estocadas de su espada mato a Edgar y sin inmutarse declaró:
Que esto
sirva de ejemplo para el resto.
Yo te
maldigo Rudolf de Pasofrio, pasaras las peores atrocidades y ni aun así serás
perdonado. Dijo una voz de entre el público.
Y
quién eres tú, qué quieres seguir la suerte de este campesino.
Soy la mujer
de Edgar, Linda.
Entonces
Rudolf se asustó de verdad porque todo el mundo sabía que la maldición de una
viuda con el corazón roto era la más eficaz. Sin atreverse a responder espoleo
a su caballo y se marchó de la aldea sin cobrar las rentas restantes.
Paso una
semana sin salir de su alcoba salvo para comer y se cuidaba de que todo lo que
ingería era probado antes por algún siervo, una semana después se repuso y
decidió a salir de su cuarto e ir a cobrar sus cuentas atrasadas, mientras
galopaba hacia la aldea de Ramalta uno de sus acompañantes hizo el amago de ir
a tomar otro camino lleno de ramas y. Detente, no iremos por ese camino, podría
caerme una rama en la cabeza y dejarme paralítico o a lo mejor me ataca un
proscrito.
Pero vamos
armados y nos ahorraremos un par de horas.
¡No
cuestiones la palabra de tu señor!
Rudolf y su
sequito continuaron por el camino más largo y un comerciante que los vio tomó
el atajo avisó a la aldea, haciendo que el viaje del conde fuera en vano.
A lo largo
de los tres años siguientes, a Rudolf se le fue olvidando la maldición, cayendo
cada vez en un rincón más aislado de su memoria.
Un día le
llamaron para la guerra en Francia, Rudolf recordó la promesa de esa mujer y se
preguntó si moriría en la guerra como castigo.
De camino a
reunirse con el ejército, su barcaza estuvo cerca de hundirse y aunque la
embarcación no fue destruida, perdieron una de las dos velas y murió la mitad
de la tripulación dejando a los supervivientes a la deriva.
Nos ha
atacado un monstruo marino. – Dijo Rudolf. Ha sido una fuerte tempestad, nada
más. – Respondió uno de sus acompañantes. ¡Incrédulo! Os he condenado con mi
maldición – Le rebatió.
Llegaron a
Francia con una semana de retraso para encontrarse con campos arrasados,
poblaciones exterminadas y ciudades saqueadas y destrozadas hasta los
cimientos. La legión de caballeros y su señor avanzaron rápidamente tratando de
alcanzar al grueso del ejército.
Cuando
estaban a una jornada de su objetivo tuvieron que cruzar un vado de medio
kilómetro, esto no le hizo mucha gracia a Rudolf que se tuvo que quitar la
armadura al igual que sus compañeros dejando a todo su ejército indefenso.
Antes de que alcanzaran tierra seca, les atacó una jauría de sabuesos gigantes
acompañados de flechas emponzoñadas que salían de todas partes.
Los que
estaban adelante eran víctima de los sabuesos demoniacos y sus compañeros les
empujaban intentando salir del vado para buscar refugio de las flechas. A
Rudolf le impactó una flecha en el hombro dejándole con un brazo inservible,
con solo un brazo se agarró a un caballo muerto y rezo a dios por piedad.
Más tarde se
despertó y por lo que vio a su alrededor se dio cuenta de que estaba en un
monasterio.
Bien veo que
ya te has despertado, te encontramos en el rio y decidimos curarte, pero por
desgracia no pudimos salvar tu brazo.
Le dijo un
monje que hablaba un inglés muy rudimentario.
Acto seguido
Rudolf se palpo el costado y vio que no tenía brazo, pero no gritó simplemente
se sintió triste.
¿Qué les ha
pasado a mis caballeros? – Preguntó.
Eres el
único superviviente, aquello fue una carnicería. – Le contestó el monje.
¿Y qué vais
a hacer conmigo?
Dios nos
enseña a ser piadosos, pero lo que habéis hecho los ingleses no se puede pasar
por alto, así que te entregaremos a la justicia.
Rudolf
estaba seguro de que acabaría colgando de la horca, aceptó su destino y se
hecho a dormir. De los siguientes días Rudolf solo pude recordar pequeños
fragmentos, como que le metieron en un carro y le llevaron ante el rey. Días
más tarde se recuperó por completo y se encontró a sí mismo en una pequeña sala
de piedra con un portón de madera, unas horas después un monje joven abrió una
ranura y le paso un cuenco con potaje.
¿Qué ha
pasado en los últimos días? – Preguntó
Rudolf.
No había
nadie para atender tu casó así que nos dieron tu custodia.
¿Y el
ejercito Ingles?
Ha sido
rechazado.
Una cosa
más, ¿Cuándo saldré de aquí?
El monje se
fue sin responder y Rudolf comprendió que no iba a salir de allí. Encerrado en
completa oscuridad, rodeado de sombras que se reían de él y sin contacto humano
salvo para recibir la comida perdió la noción del tiempo y rara vez los monjes
respondían a sus preguntas. Dos años después, que a Rudolf le parecieron
siglos, la peste asoló al monasterio matando a todos los monjes y dejo a el
prisionero sin fuente de alimento, Rudolf pensó que ya le había llegado la
hora, pero la rendija se abrió y la voz que sonó le helo la sangre.
No sé si me
recordaras Rudolf.
Claro que
sí, tú eres la culpable de toda mi desgracia, Linda.
Aquí el
único culpable eres tú, por tu culpa murieron mis tres hijos y casi muero yo,
pero al contrario que contigo, dios fue compasivo y me ayudo a salir adelante.
Que haces
aquí...
Cuando me
enteré de que mi señor había sobrevivido me pareció adecuado ver cuan bajo
había caído.
Ya me has
visto, ahora déjame morir en paz.
Te voy a
hacer un favor.
Le dio un
cuenco de potaje a través de la ranura.
¿Porque me
ayudas?
Porque
quiero saber que pagaras por tus pecados, y quiero que tengas algo de tiempo
para reflexionar sobre tu vida antes de encontrar a dios.
Gracias,
pero tu maldición me a torturado durante diez largos años de desgracia.
Mi maldición
no te hizo nada.
Pero el mar
y los perros.
Una
tempestad y una milicia francesa, tu causaste mi desgracia y yo la tuya, y para
qué.
Linda
abandonó el santuario y tres días después Rudolf se dio cuenta de que la puerta
de la prisión estaba abierta, le pidió a dios que cuidase del alma piadosa de
Linda.
De poco
sirvió porque Rudolf contrajo la peste por la comida que habían manipulado los
monjes infectados y finalmente murió en el camino a una hora del hospital más
cercano.
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