22 oct 2025

El Abrazo Cerrado, donde el Tango piensa en silencio

 

No hay palabra más profunda en el tango que el silencio del abrazo.

Ese momento en que dos cuerpos —a veces extraños— se encuentran sin decirse nada y, aun así, se lo confían todo: el pulso, el equilibrio, el tiempo.

No se hacen preguntas. No prometen nada. Solo comparten un instante donde el cuerpo escucha lo que la razón calla.

En el abrazo cerrado sucede algo que no se enseña. Es una forma de estar, una manera de decirle al otro: aquí estoy, sin máscaras ni pretensiones. No busca poseer, sino comprender. Es refugio y espejo. En él, cada uno trae su historia, sus miedos, sus silencios... y aun así abre un pequeño espacio para el otro.

Porque la cercanía no se mide en centímetros, sino en presencia.

Bailar así es aceptar que el otro existe, que durante unos compases mi paso depende del suyo, y el suyo del mío. Es una conversación sin palabras, donde el respeto marca el ritmo y la confianza sostiene el equilibrio.

No hay exhibición ni aplauso. Solo un pacto silencioso: caminar juntos una música que ya estaba antes de nosotros y seguirá después.

Y en ese instante, cuando el abrazo se cierra y el mundo desaparece, el tango nos recuerda algo esencial: que el ser humano no baila para brillar, sino para no sentirse solo.

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