Lo que está
ocurriendo en Gaza no puede llamarse guerra. Es algo mucho más cruel: un
genocidio planificado. Día tras día, un pueblo entero es masacrado bajo bombas,
hambre y bloqueo, mientras la mayoría de los gobiernos calla o mira hacia otro
lado.
En medio de
tanta barbarie, la Flotilla de la Paz se ha convertido en un símbolo de
dignidad y solidaridad. Su misión es sencilla pero inmensa: romper el silencio
y desafiar las cadenas del bloqueo llevando ayuda, esperanza y vida allí donde
la ocupación solo pretende sembrar muerte. Hoy, sin embargo, esa misión también
está bajo amenaza, perseguida y criminalizada.
Desde este
rincón, me sumo a las voces que no se resignan. Denuncio los crímenes que se
cometen contra la población civil en Gaza, exijo el cese inmediato del bloqueo
y abrazo con solidaridad a quienes integran la Flotilla de la Paz,
porque su resistencia es también nuestra.
Gaza
resiste. Palestina vive en cada gesto de dignidad, en cada acto de solidaridad,
en cada voz que se niega a callar. Y mientras haya quienes no bajen los brazos,
seguirá viva la esperanza de justicia y libertad.
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