41 años el tiempo que he dedicado a la Unión
Sindical Obrera. Lo hice siempre desde el compromiso de servicio a los
trabajadores, sin escatimar esfuerzos y sin lucrarme nunca con nada, ni
aprovecharme de nadie. Mi entrega al sindicato supuso muchas veces sacrificar
otros ámbitos de mi vida, sobre todo, el tiempo con mi familia. Toda una vida
de trabajo y lealtad hacia una organización, que nunca pensé que pudiera llegar
a tratarme tan mal. Y ahora con sesenta y un años, prejubilado, 41 años
después, tras dedicarle mi vida estoy a punto de darme de baja como afiliado.
Los últimos años en el sindicato han sido duros
para mí, como trabajador, como afiliado y como amigo. Los actuales dirigentes
–que antes me llamaban compañero- llevan demasiado tiempo empujándome para
sacarme injustamente del sindicato por cualquier medio.
El asunto, como muchos sabéis, acabó en los
tribunales, ya que la situación de acoso me resultó insostenible; necesitaba
una reparación frente a tanto daño y solicité la rescisión de mi contrato. Hace
unos días, el Juzgado de Lo Social declaraba dicha petición improcedente. No
gané el juicio, sin embargo, no todo se reduce a cuestiones de derecho. El juez declaró: “No se niega la existencia
en el seno de USO de una conflictividad laboral respecto
del trabajador demandante, que se viene gestando desde que éste abandonó la dirección efectiva
del sindicato”. A la luz de
este reconocimiento, me habría gustado que el juez entendiese que mi demanda no
estaba referida a una confrontación de carácter sindical y a una situación que,
claramente, lesionaba mi estima como trabajador y afiliado comprometido con la
USO. Tal vez, para que eso hubiese sido factible, el ámbito de la justicia
tendría que conocer de cosas que le son a menudo ajenas como la historia de una
vida, las emociones, las lealtades y los compromisos.
Empecé a militar en el sindicalismo con apenas
veinte años, en la clandestinidad, cuando lo que estaba en juego era la
democracia y el lugar de los trabajadores en las nuevas relaciones de poder que
estaban conformándose. En nombre de la USO participé en movilizaciones y
reuniones con el resto de organizaciones sociales y políticas, y perdí mi trabajo en dos ocasiones por ello.
Colaboré en la fundación de la USO en Cantabria y
conseguí que esta organización formase parte del tablero de las entidades de la
sociedad civil que estaban decidiendo, entonces, sobre la construcción del
Estado Autonómico. La joven USO logró participar en pie de igualdad con otras
organizaciones que contaban por entonces con un amplio reconocimiento
social.
Recuerdo perfectamente cómo me impliqué. En la
Semana Santa de 1973, con apenas 20 años, me citaron en una bodega en los
alrededores de la Estación de Atocha en Madrid, fui sin tener ni idea de
quienes serían mis interlocutores. Cuando llegué, unos paisanos jugaban a las cartas y bebían unos chiquitos de vino, la escena
parecía totalmente ajena a un acto político y sindical clandestino o, al menos,
eso fue lo que a mi me pareció. Esperé pacientemente, hasta que un señor se nos
acercó. “¿Sois los de Santander? Pasad a la trastienda.” Allí están los
compañeros de otras provincias y los dirigentes políticos de la Federación de
Partidos Socialista y de USO, en una reunión de captación y formación express.
Entramos sin saber bien a que fuimos y salimos convertidos en militantes.
A mi regreso, una llamada de LSB-USO Bilbao, una
visita al embarcadero de las lanchas de Los Diez Hermanos y la entrega de un
caja de propaganda sindical (“Así es la
USO”). Esas fueron todas nuestras herramientas, para un misión que entonces me
pareció titánica: implantar el sindicato en Cantabria, ni más ni menos.
Conseguir afiliados en un tiempo extraño e inestable no fue sencillo, tuvimos
que protegernos de la policía y nos ofrecían refugio los salones parroquiales
de las iglesias: San Juan Bautista en General Dávila, el Barrio Pesquero, San
Joaquín en Peña Castillo o la iglesia de Sierrapando en Torrelavega.
Desde entonces, año tras años hasta 41 he transitado por la USO, a veces
como militante de base, otras como Secretario General. Un camino apasionante
que, desgraciadamente, se truncó en 2005 al acabar mi último mandato como responsable regional. La
discrepancia y el conflicto en las organizaciones forma parte de la vida
democrática, pero en la USO lo que ha sucedido es otra cosa. Cuando terminó mi
labor como dirigente, la nueva dirección ha querido anular mi voz, lo que he
representado y a quienes me han acompañado en este proceso.
Durante estos años, han intentado prohibirme que
opinara en los medios de comunicación –siempre bajo la amenaza de perder mi
trabajo-; me han acusado de querer generar una escisión en el sindicato por
discrepar y, lo que es peor, me han tenido casi sin actividad durante cuatro
largos años (de 2006 a 2010, cuando por fin fui nombrado mediador ante el
Orecla). Pedí amparo ante la Comisión de Garantías, en dos ocasiones y, por
supuesto, busqué apoyo en amigos y familia.
No soy el primero, ni desgraciadamente seré el
último, que ve su vida laboral truncada. El conflicto mal entendido, las ansias
de poder, un comportamiento poco ético de algunos y un situación injusta
ignorada de modo cobarde por otros, se han llevado por delante parte de mi
proyecto vital. La incredulidad, la
desilusión, la tristeza y la rabia que me han acompañado en este proceso me
obligaron a parar por recomendación médica.
¿Cómo pasar página? ¿Cómo conseguir que este episodio no sea el último?
¿Cómo hacer que no empañe, ni ensombrezca mis 41 años de compromiso vital,
sindical y político? No será fácil poner punto y final a esta etapa de mi
militancia, pero he llegado al convencimiento de que debo acabar con la USO y
abrir nuevas puertas. Me queda mucho por hacer, y he aprendido en estos años
que mi compromiso social, mis lucha por los derechos de los trabajadores y los
ciudadanos, van más allá de una organización, por más que esta sea la que ayudé
a fundar.
Estoy prejubilado, sí, pero de un puesto de trabajo en una organización,
porque del sindicalismo nadie se jubila, tampoco de la batalla en pro de la
profundización democrática y ahora, amigos, tengo mucho más tiempo libre para
dedicarme a ello. Estoy a vuestra disposición. Nos vemos en las calles.
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